Al comienzo de cada mes el pueblo de Israel celebraba
una fiesta sagrada. Ese día, se reunió todo el pueblo en la plaza y le pidieron
al sacerdote Esdras que le leyera el Libro de La Ley. Esdras empezó entonces a leer
desde el amanecer hasta el medio día ante la multitud que estaba compuesta por
hombres y mujeres capaces de escuchar y entender, con ayuda de otros sacerdotes
que les explicaban las Escrituras.
El pueblo al escuchar se puso en pie, alabaron al
Señor y todos se postraron rostro en tierra. Sus corazones fueron afectados con
tristeza porque habían descuidado por un periodo muy prolongado las Escrituras
y lloraron amargamente.
Sin embargo, Esdras les dijo que debían estar llenos
de gozo ya que tenían la oportunidad de escuchar y comprender La Palabra de
Dios, que festejaran con un banquete de deliciosos alimentos y bebidas dulces,
que compartieran porque ese era un día sagrado delante del Señor y porque
habían oído y entendido la Palabra de Dios. ¡No se desalienten ni entristezcan,
porque el gozo del Señor es su fuerza!, les dijo. (Neh.8:1,11).
A muchos de nosotros nos falta experimentar el gozo
profundo y permanente que viene de Dios. Al menos que no tengamos hambre
diligente por La Palabra de Dios, que dejemos que ella produzca en nosotros
arrepentimiento no podemos obtener el gozo de Dios. Donde La Palabra de Dios es
reverenciada, el resultado es un derramamiento genuino del “gozo del Señor”
(David Willkerson).
REFLEXIÓN:
§ ¿Cuánto tiempo estoy dedicando al día
para meditar en La Palabra de Dios?
§ ¿La estoy entendiendo de tal manera que
está hablando a mi vida ¿
§ ¿Qué tanta reverencia tengo por La
Palabra de Dios?
Te
invito a que oremos:
Señor,
quiero experimentar ese gozo que viene de ti, pero hoy me has enseñado que en
el arrepentimiento, en el amor y la reverencia por Tu Palabra puedo obtenerlo.
Te pido Espíritu Santo de Dios que cada vez que medite en ella yo pueda
responder: ¿cómo aplicarla a mi vida? Gracias, Señor. En el nombre de Jesús.
Amén.
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